Los gobernadores y la vida cultural: Juan Carlos Loera

Por Juan Carlos Loera- Durante la semana anterior nos estremeció la noticia de que inspectores del   gobierno municipal de la ciudad de Chihuahua habían clausurado, por un incumplimiento menor, la que se vislumbraba como un concepto de librería moderno, que hasta ahora la comunidad chihuahuense nunca había disfrutado.

Como si se tratara de un antro o un establecimiento que pusiera en riesgo la salud o las buenas costumbres, los empleados municipales impidieron su inauguración, en una acción sumaria que claramente tenía el objetivo de que ésta deviniera  en un cierre definitivo.

Imagínese, estimado lector, la magnitud de esta hazaña administrativa: los inspectores de alcoholes y hasta de drogas cerrando librerías: hacia dónde va un gobierno cometiendo tales pecados capitales, en contra de lo que los más grandes humanistas de éste y otros tiempos consideran el fruto más notable de la civilización occidental.

De inmediato viene  a nuestra memoria la experiencia alemana previa a la II Guerra; pero, para que ir tan lejos, si aquí en Chihuahua, podremos ponderar, con el proceder de sus gobernadores, el significado e impacto de esa conducta pública: incomprensible, inaceptable.
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Pero antes es importante anticipar que estos actos de barbarie contra los valores más preciados de la cultura y la educación nunca se olvidan y que tanto sus actores como sus autores vivirán para siempre en el museo de la incivilidad. A lo largo de 70 años los gobernadores han hecho y también deshecho nuestros signos y símbolos culturales, de acuerdo con lo que su conciencia, su bagaje cultural, la política  y los políticos del momento  les han aconsejado y en verdad en la memoria de este estado tan generoso tenemos de todo. Sin ser exhaustivos recordaremos que contra la imagen que dejó su destitución, Oscar Soto Máynez tuvo en este plano un balance a su favor. Fue el fundador de la UACH en diciembre de 1954 y algo olvidado: en mayo del 55, a tres meses de su caída, respondiendo a una solicitud de la asociación nacional de profesionistas de color de Estados Unidos, se sumó al proyecto de Crear la universidad para estudiantes afroamericanos en Ciudad Juárez. Ahora demos un salto a los años setenta y recordemos que en el momento culminante, en que la sociedad juarense hacia hasta lo imposible por fundar una universidad que le fuera propia, tuvimos un Gobernador, Oscar Flores, que su opuso con toda la fuerza de su investidura a este noble proyecto, alegando que  Chihuahua ya contaba con una que, además, tenía un carácter estatal. Ahora vamos más cerca: ya estamos en los noventa y frente a una disputa por el control de la histórica Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar (ESAHE), Francisco Barrio el gobernador que muchos politólogos de la época identificaban como uno de los paladines de nuestra transición democrática, decidió cerrar para siempre aquella institución, que por casi un siglo tanto renombre había dado a Ciudad Juárez. Regresemos a los ochenta, estamos en el momento del cambio de poderes, ha llegado el otoño de 1980 y Manuel Bernardo Aguirre entrega el bastón de mando a Oscar Ornelas, pero además algo inédito, también le entrega el Centro de Información y Documentación del Estado de Chihuahua (CIDECH). Quienes vivieron aquel momento se quedaron maravillados: la Casa de gobierno, recinto del autoritarismo de aquellos  gobiernos que nunca comprendieron las protestas  populares de los sesenta y setenta, se había reconvertido en un palacio que albergaba una modesta pero a la vez bella y pulcra biblioteca, un centro de consulta a bases de datos remotas, una sala para proyectar cine de arte; además una biblioteca infantil, jardines hermosos y un personal habilitado para orientar y ofrecer el mejor de los servicios a quienes enamorados de los libros, deseaban surcar nuevos horizontes. Podemos ir más lejos, pero este recuento es suficiente para juzgar con mejor criterio esta ocurrencia salvaje de cerrar una librería. Tengan en cuenta señoras y señores que hoy nos gobiernan, que ésta es una decisión bárbara, que simbólicamente lastima las ansias de conocimiento de todos los chihuahuenses. Por favor recapaciten y en un acto de contrición, de arrepentimiento,  por favor, ordenen su inmediata reapertura. Aún pueden lavar su culpa, dándole nueva vida a un proyecto como lo que fue el CIDEH, que hace tiempo cayó en el olvido. Pero, ojalá y esto último no sea sólo un sueño.
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